martes, 14 de diciembre de 2010

Edificios.


Edificios gigantescos como hidras mitológicas,
bloques permanentes de estructuras
sin medida,
empaquetamiento de humanidad
código de barras de un despropósito.
Ascensores que suben,
ascensores que bajan,
colas interminables,
tornos,
guardias de seguridad
y algún que otro
perrito faldero trajeado,
meapilas de tres al cuarto,
estúpido mayúsculo,
elitista incorregible.
Sería malsano
desear que en el primer escalón
del edificio,
Ud. indivíduo anónimo,
de cualquiera de
las formas mencionadas,
se tropezara
y no pudiera asistir
a su cuota de fustigador
diaria.

Anacronismos.


Anacronismo (del griego ἀνά ‘contra’ y χρόνος ‘tiempo’)

Anacronismos son los que a diario
vienen a mi mente
como piezas de un puzzle desdibujado.
Una contínua permutación de
ideas, que como cartas de una baraja,
se entremezclan y configuran
el código de lo pasado.
Anacronismos son también
las palabras que, a destiempo,
profieres, como un te quiero
tardío como un adiós que ya ni
importa, como un
deseo tuyo de
resistir el tiempo
sin subterfugios
haciendo uso
de un papel y un
lápiz afilado.
Anacronismos
las veces que nos amamos,
tú sin querer contarlo
yo sin pedir permiso
como niño que coge la fruta
del frutal árbol.
Anacronismos
son las tardes
frías de otoño
en que cabalgas
por la sierra a
lomos de un caballo
imaginario, el cielo naranja
como sacado de un cuadro,
las hojas de los árboles, caducas,
de un color terráceo,
la arcilla de las colinas,
el olivar temprano,
mi deseo de que en este
instante estés a mi lado.
Anacronismos,
serían las cosas que no te he dicho
y quizás lo juzgues como extraño
que este amor que te tengo
quiero guardarlo como oro en paño,
porque el tiempo
que todo pone en su lugar
sabe que
no será sencillo
evitar la realidad.