martes, 21 de septiembre de 2010

Ajuste de cuentas.


En esta noche de Septiembre,
quieres hacer un ajuste de cuentas
con tu existencia.
En el camino,
no buscas cimentar la felicidad
sobre la desgracia ajena,
no deseas que la emoción enmascarada
de sentimiento dé al traste
con tanto vivido en común y
tantas batallas compartidas.
Sin embargo,
en este dolor cotidiano te hallas sumido,
y te encuentras frágil como un jarrón de porcelana,
cohibido por tanta letra pequeña
colocada de lado en el contrato
de la vida.
Esa letra pequeña te esclaviza,
aprisiona, te sientes
como el hombre encadenado
que tira a duras penas
de la pesada bola.
La bola es el bagaje,
el necesario balance de vivencias,
la carga,
la responsabilidad adquirida,
elementos que deberían estar orientados
a hacerle un monumento al amor en mayúsculas.
Amor que perece es consecuencia natural
del desgaste o de la inexistencia
de dicho amor desde el inicio.
No pretendas cambiar
la hoja de ruta
pensando que contentas a la gente,
tienes que pensar que tú
debes ser el satisfecho.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Atardecer en Granada.


La luz del atardecer en Granada
me recuerda a tu pelo,
ensortijado entre mis manos,
en la caricia de tus besos.
La luz del atardecer en Granada es
naranja, color beige, aterciopelado,
como la piel de un melocotón
maduro.
La luz del atardecer en Granada
acarrea lamentos, quejidos, llantos
y otros anhelos,
melancolía variada al final de una jornada.
La luz del atardecer en Granada,
provoca el silencio,
el gorrión que se posa en la farola,
calla por un momento,
el transeúnte solitario sube la cuesta
y bordea la esquina del arrepentimiento,
la reflexión profunda, la autocrítica,
el tormento.
También reflexiona sobre la injusticia
y la moral de las clases dominantes,
sobre la revolución y los recovecos que
ésta conlleva.
¡ERES UN ILUSO! Le decían sus compañeros.
La luz del atardecer en Granada
es el discurso de la verdad completa
que supone tu mirada,
en la ciénaga de mis sospechas.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Luis Alfredo.


Luis Alfredo, era el niño al que todo le importaba un bledo,
con sus encajes de seda y perfume de jazmín,
aquel infante descastado,
competía desairado por su fama y su postín.
En el parque público,
no había granito de arena,
sobre el que no hubiera que preguntarle
para poder caminar sobre él.
A Luis Alfredo, le llamaban
sus padres a voz en grito, y cultivaban,
el sectarismo de las familias del parque,
aquella ley no escrita,
aquel principio implícito,
a raíz del cual, ningún niño o niña,
debería osar, atreverse a cometer
el fatal error de acercarse a su bocadito de manteca.
Luis Alfredo tenía un nombre complicado,
compuesto de muchos apellidos,
le faltaban la diéresis y la esdrújula
para ser pluscuamperfecto.
Su linaje aristocrático,
su mirada felina,
su pasatiempo solitario,
fastidiar a todo niño o niña,
que se acercarse a su terreno o
estropease su juego.
Luis Alfredo, era el niño al que todo le importaba un bledo,
con sus encajes de seda y perfume de jazmín,
aquel infante descastado,
competía desairado por su fama y su postín.
El colegio al que iba lo habían bendecido
cardenales y papas,
el domund, caritas y el brazo armado de la Iglesia,
junto con el relicario y el beaterío,
eran su pan nuestro de cada día.
A pesar de ello,
con los amigos era traidor,
mentiroso y canalla,
su envidia podía más
que su propia palabra.
Una vez en el parque,
Luis Alfredo se metió el dedo en la nariz,
de tanto escarbarse,
se manchó de su propia sangre.
Al ver las ropas de seda,
manchadas con el color rojo escarlata,
pegó un grito de estupefacción,
la sola idea de haberse manchado
le causaba dolor.
Luis Alfredo, exponente
de una generación peculiar,
sus padres lo protegían
de la vida social,
crearon un pequeño monstruo,
pero eso a la gente le da igual.
El día en que abofeteó a Julita
en el parque,
se armó un gran revuelo,
Luis Alfredo fue condecorado
con un sombrero,
en el que ponía de relieve
su rancio abolengo.
Luis Alfredo, era el niño al que todo le importaba un bledo,
con sus encajes de seda y perfume de jazmín,
aquel infante descastado,
competía desairado por su fama y su postín.