A la vuelta de la Iglesia,
la abuela me llevaba del brazo,
con su señor abrigo protegía mi escasa anatomía de niño.
Allí en la calle, los niños jugaban a la pelota,
me preguntaba si podía yo también,
volvía la cabeza sin disimulo,
pero ella apretaba el paso
y me conminaba a no mirar atrás
, a seguir andando.
¿Quién tuviera libertad para correr por las calles
como niño despreocupado,
quién fuera gorrión
para tener alas ligeras y posarse en
cualquier cornisa, balcón o copa de árbol?
La enseñanza de la calle no era de su agrado,
cuando silbaba me decía que parecía un gañán,
"Abuela, ¿y yo qué le hago?"
Si nací fue, para ser libre, para no tener miedo
y no estar enjaulado,
comprendo que lo hacías por cuidarme
y que no sufriera tanto,
pero la verdad es que,
en cierta forma, me estabas encadenando.
A la vuelta de la Iglesia,
la abuela me llevaba del brazo,
con su señor abrigo protegía mi escasa anatomía de niño.
Cuando bordeábamos la esquina,
ella se sentía a salvo,
a mí me quedaba la intriga
de saber cómo era la vida de aquellos
que aunque tan cercanos, eran lejanos
pero no distintos.
A diario, convivía con niños
de todas clases y condición,
la sola idea de la distinción o la diferencia,
me abrumaba como observador limitado
de la situación.
¿Quién tuviera libertad para correr por las calles
como niño despreocupado,
quién fuera gorrión para posarse
en cualquier cornisa, balcón o copa de árbol?
la abuela me llevaba del brazo,
con su señor abrigo protegía mi escasa anatomía de niño.
Allí en la calle, los niños jugaban a la pelota,
me preguntaba si podía yo también,
volvía la cabeza sin disimulo,
pero ella apretaba el paso
y me conminaba a no mirar atrás
, a seguir andando.
¿Quién tuviera libertad para correr por las calles
como niño despreocupado,
quién fuera gorrión
para tener alas ligeras y posarse en
cualquier cornisa, balcón o copa de árbol?
La enseñanza de la calle no era de su agrado,
cuando silbaba me decía que parecía un gañán,
"Abuela, ¿y yo qué le hago?"
Si nací fue, para ser libre, para no tener miedo
y no estar enjaulado,
comprendo que lo hacías por cuidarme
y que no sufriera tanto,
pero la verdad es que,
en cierta forma, me estabas encadenando.
A la vuelta de la Iglesia,
la abuela me llevaba del brazo,
con su señor abrigo protegía mi escasa anatomía de niño.
Cuando bordeábamos la esquina,
ella se sentía a salvo,
a mí me quedaba la intriga
de saber cómo era la vida de aquellos
que aunque tan cercanos, eran lejanos
pero no distintos.
A diario, convivía con niños
de todas clases y condición,
la sola idea de la distinción o la diferencia,
me abrumaba como observador limitado
de la situación.
¿Quién tuviera libertad para correr por las calles
como niño despreocupado,
quién fuera gorrión para posarse
en cualquier cornisa, balcón o copa de árbol?