lunes, 23 de agosto de 2010

A la vuelta de la Iglesia.


A la vuelta de la Iglesia,
la abuela me llevaba del brazo,
con su señor abrigo protegía mi escasa anatomía de niño.
Allí en la calle, los niños jugaban a la pelota,
me preguntaba si podía yo también,
volvía la cabeza sin disimulo,
pero ella apretaba el paso
y me conminaba a no mirar atrás
, a seguir andando.
¿Quién tuviera libertad para correr por las calles
como niño despreocupado,
quién fuera gorrión
para tener alas ligeras y posarse en
cualquier cornisa, balcón o copa de árbol?
La enseñanza de la calle no era de su agrado,
cuando silbaba me decía que parecía un gañán,
"Abuela, ¿y yo qué le hago?"
Si nací fue, para ser libre, para no tener miedo
y no estar enjaulado,
comprendo que lo hacías por cuidarme
y que no sufriera tanto,
pero la verdad es que,
en cierta forma, me estabas encadenando.
A la vuelta de la Iglesia,
la abuela me llevaba del brazo,
con su señor abrigo protegía mi escasa anatomía de niño.
Cuando bordeábamos la esquina,
ella se sentía a salvo,
a mí me quedaba la intriga
de saber cómo era la vida de aquellos
que aunque tan cercanos, eran lejanos
pero no distintos.
A diario, convivía con niños
de todas clases y condición,
la sola idea de la distinción o la diferencia,
me abrumaba como observador limitado
de la situación.
¿Quién tuviera libertad para correr por las calles
como niño despreocupado,
quién fuera gorrión para posarse
en cualquier cornisa, balcón o copa de árbol?

viernes, 20 de agosto de 2010

Posiblemente sea.


Posiblemente sea,
como sugieres,
el amanecer entre cortinas ajenas,
el atardecer en lugares no transitados,
el anochecer entre metáforas no encontradas,
el tumulto de las aceras y el contundente asfalto.
Posiblemente sea,
como pretendes,
ya ves que no soy monárquico,
pero contigo haría excepción,
reina de mis soledades,
de mis pasiones no satisfechas,
de mis frustraciones evidentes.
Posiblemente sea,
como sueñas,
un laberinto etéreo donde
el camino y el horizonte,
se apoderan una vez más
de tu destino,
pero como decía Machado,
se hace camino al andar,
y. es más, sólo andando se hace el camino.

lunes, 16 de agosto de 2010

Retomando la infancia.


Cuando lo vivido es retomado,
me sumerjo en la infancia,
en los juegos de antaño,
en el afecto de mi madre,
en el cariño de tantos.
En la pelota en el cuarto de la ropa,
el castillo de los clicks,
el barco pirata,
los libros de antes de dormir,
la radio donde escuchaba los partidos de fútbol,
la misa de los domingos en la parroquia de San Matías,
la fanta de naranja en el Bar Luis,
mi colección de monedas y sellos.
Vuelvo a la televisión hasta las tantas,
al autobús de línea casi puntual
en la fuente de las batallas,
el camino al barrio granadino del Albaicín
donde estaba mi colegio.
A la carrera del Darro en la mañana,
al río, las bocacalles
de las que intentaba aprender de memoria
su nombre y llegar a estar acertado.
Las imágenes nítidas
del bañuelo, la Iglesia de San Pedro y San Pablo,
la cuesta del Chapiz, la plaza de Aliátar,
calle Pagés, carretera de Murcia.
Desde el alto Albaicín,
en las tardes de otoño se distinguían
los ocres del cielo en el mirador de San Cristóbal,
el añil, la gama de rojizos, el amarillo diverso,
con el mosaico de la vega al fondo
como telón de una obra teatral,
en la que se hubiera detenido el tiempo
y sólo las luces fugitivas de la primera noche
retomaran el dominio de las calles y sus aceras.
La Alhambra como si fuera un castillo de cartón,
el palacio de Dar-Al-Ahorra en una línea anterior,
el laberinto de calles que surcaba el barrio por
debajo del mirador.
En el autobús de vuelta, ese
que iba por la curva del Tambor,
el panorama cambiaba,
desde la carretera de Murcia, se apreciaba la
fábrica de cervezas Alhambra con su
chimenea que evacuaba humo constantemente.
La cuesta de San Antonio,
calle Real de Cartuja,
Hospital Real, Gran Vía,
y la parada final podía ser en la Catedral,
rumbo al Zacatín,
guardo la imagen los escaparates de los comercios,
las zapaterías, las tiendas de moda,
la plaza Bib-Rambla con su galería
de tiendas de flores,
pequeña calle la de Salamanca
para encontrarme en Reyes Católicos
y finalmente, Ángel Ganivet,
cerca de la central de correos,
donde tantas cartas habremos enviado
no sé a qué lugar, no sé con qué finalidad.
Cuando lo vivido es retomado,
me sumerjo en la infancia,
en los juegos de antaño,
en el afecto de mi madre,
en el cariño de tantos.